Una vuelta por el Kanchenjunga (II). Las cosas no tan bonitas del Himalaya

Cumbres nevadas que se recortan en un límpido cielo azul. La nieve que de forma inverosímil se amontona en las pendientes casi verticales. Aristas de roca que asoman entre el hielo. El imperceptible devenir de formidables glaciares. Bosques primarios de aspecto temerario a pesar del musgo que recubre sus rincones. El hielo se funde y el agua dibuja cascadas y espuma en su fragoroso recorrido. Antes se remansa en los campos de arroz, se sosiega en los abanicos aluviales. Se esparce por el paisaje. Va de una terraza a otra. Imágenes sugerentes. Paisajes increíbles.

¿Y cómo es que no viene tu mujer? Dice el guía cándidamente. Ante mi continuo asombro. Fotografiando las maravillas con las que vamos tropezando.

No quiero que me abandone my friend, le respondo. Esto es muy bonito, sí. Qué duda cabe.

Y escuchar a los gallos de mañana. Despertarte con su kikirí. Hasta ahí bien. Pero luego vienen los pollos. A continuación de los gallos los pollos. Y no me refiero a los hijitos de los gallos. Luego viene un concierto ininterrumpido de jjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjj……puá. Porteadores, guías, mujeres y niños van a desatascar con gran vehemencia y prosopopeya sus vías respiratorias. Donde fueres haz lo que vieres: jjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjj…

Primera razón de peso para que no venga…puá.

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Campaña de divulgación para que la gente no cague en el primer sitio que se le ocurra. No acaba de calar el mensaje

Apenas has dormido tres horas y ya están los pollos. Y hay que ir al toilet. Abres la puerta y el olor a amoniaco te salta las lágrimas. Ahí no entro. Y lo que viene siendo mi mujer te aseguro que tampoco entraría. En este punto habría que darse la vuelta. Porque claro, aparte de esquivar los diarreazos hasta llegar a la puerta del toilet, lo que es intimidad no hemos tenido por la noche en la suite de lujo. Un colchón de paja. En el que procurabas no moverte mucho porque el arañón que había en la pared, aunque no hace nada, es mejor no tocarlo. Además no osas sacar las extremidades del saco. Te conviertes en un ser hibernante porque fuera llueve y hace frío. Retrasas lo que puedes el tener que ponerte la ropa húmeda del día anterior. Y las botas. Que ya no se van a secar hasta que vuelvas a Kathmandu.

Blog_233Uno de los agujeros en el que nos refugiamos

Tampoco ha de asustarse uno mucho de la mierda del toilet. A fin de cuentas el nauseabundo olor de las aguas fecales que van a parar al huerto ya te ha ido acostumbrando la pituitaria.

Tras haber meado ‘por ahí’ llega el desayuno. El guía, día tras día, pregunta con una sonrisa: What do you want for breakfast?

El primer día me hizo gracia. Tras recibir una retahíla de noes a todo lo que iba pidiendo me di cuenta de que en el Himalaya, para desayunar, hay chapatis. Solo chapatis. En algún caso con mermelada. Y a veces, cuando hay eclipses híbridos, con miel. Cada mañana, cuando el guía viene con sus sonrisa, yo se la devuelvo y le digo que chocolate con churros. No hay cereales con fibra ni fruta fresca ni una buena taza de café. Otra razón.

A estas alturas mi mujer podría denunciarme por malos tratos. Sobre todo cuando le dijese que eso de la ducha es un concepto inexistente por estas tierras. Veinte días sin ducha. A mí me parece bien. Tanto que de cuatro calzoncillos que con gran prevención eché al equipaje resulta que solo utilizo dos. Te aseguro que en la competición de cerdos quedo en los puestos de cabeza. Se me da bien.

Blog_234Izquierda: El mejor toilet, antes de empezar el trekking, en el Hotel U.K., Phidim. A la derecha uno más rural

Para comer no hay ensaladas. Ni filetes. Hay dahl bhat. Es decir arroz cero delicias con una sopilla ridícula de lentejas y algunos vegetales hervidos. Orgánicos eso sí. De vez en cuando se puede conseguir una tortilla y hay lodges donde preparan unos espaguetis deliciosos. Tampoco hay yogur pero un té con sal y mantequilla rancia de yak si te pueden dar.

Ah claro, se me olvidaba. No te he hablado aún de las sanguijuelas. Ni de los mosquitos. Bueno a medida que subamos irán desapareciendo. A cinco bajo cero y con el 47% del oxígeno disponible no hay bichos. Te duele la cabeza y vomitas pero una reparadora sopa de noodles, picante hasta hacerte llorar, sirve de alivio. Y por las mañanas dos chapatis.

Qué por qué no vengo con mi mujer dice el piernas este.

¿Por qué huele toda la ropa a humo? Y ya la he lavado dos veces. A mi manera sí. Es que esta gente cocina con leña y aún no han inventado la chimenea. Es más, creo que no necesitan chimenea y tener la casa permanentemente ahumada es una manera de matar insectos y limpiar el ambiente. Te picarán los ojos y la garganta. En Ramche la cosa llegó a ser dura. Quemaban arbustos verdes y la humareda, unida a la escasez de oxígeno, hacía las cosas dificilillas. ¿Qué por qué no abríamos la puerta? Bueno, lo pensamos, pero hacía mucho frío. Al final elegimos la cálida fetidez. El cuarto, a tres grados, llegaba a ser un sitio acogedor.

Blog_235Agujeraco en Ramche: hogar dulce hogar

Obviamente los obstáculos que se presentan en la ruta no discriminan por género. Simplemente se trata de advertir que la persona que vaya a considerar la posibilidad de un viaje de este tipo debe tener en cuenta si estos inconvenientes (los denominados predecibles imprevistos)  le van a pesar más que el estar en un sitio tan especial. Desde luego hay motivos suficientes para pasarlo mal y si uno les da vida le pueden amargar la experiencia. Realmente los 15.000 metros de desnivel son la parte fácil. La verdadera selección la lleva a cabo esta colección de filtros que hay que ir superando hasta poder contemplar tranquilamente alguna de las escenas mencionadas al principio.

Una vuelta por el Kanchenjunga (VII). El glaciar

A mí lo primero que me viene a la cabeza es la imagen de un niño en la playa. Abriendo un surco en la arena a medida que pasa un rastrillo o la mano. La arena desalojada de la depresión que se va formando crea dos muretes a ambos lados de la excavación. Esas son las morrenas laterales. Al final del recorrido, hasta donde el brazo alcanza, queda otro montón de tierra que cierra el pequeño canal. Esa es la morrena terminal.

Y es la primera que vemos en nuestro camino hacia Ramche, último refugio disponible. De entre ella mana el glaciar convertido en arroyo. Año a año el hielo da paso al agua en una cota cada vez más alta.

Luce un sol espléndido y caminamos a buen ritmo. Los picos nevados nos han sorprendido tras varios días de borrasca y nieblas. Estamos entusiasmados, deseando hollar la nieve recién caída.

Blog_250Morrena terminal del glaciar Yalung

Para completar el cuadro nos topamos con unos yaks negros, lanudos, que ponen el contraste a la nieve blanca y la nota pintoresca. Caminamos con ganas por llegar cuanto antes y pillar una de las habitaciones de Ramche (solo hay dos o tres, la información es confusa).

Yo estoy hecho de esto, llevo genes que se fraguaron en la nieve. Se reactivan los vínculos atávicos con el territorio. Emerge el instinto más primitivo, más irracional. No hay otra razón para explicar el gozo, la alegría inesperada que me invade. No hay manera de mantener la compostura. De contenerse. Voy de aquí para allá haciendo fotos, corriendo, contraviniendo el ritmo pausado que exige andar por encima de mis posibilidades actuales, es decir con insuficientes glóbulos rojos en la sangre.

Pertenezco a las montañas. Me siento fuerte. Capaz. Todo encaja.  Estoy en el lugar adecuado.

Blog_251Flipando en la nieve (ver video)

A estas alturas del año no debería quedar nieve. Pero el monzón se ha prolongado más de lo normal y el resultado es que las fotos tienen un decorado excepcional. Creo que la noción de ‘año normal’ empieza a desdibujarse. En Ladakh nos libramos por poco de unas lluvias torrenciales que arrasaron la región. En Bolivia la nieve nos hundió la tienda cuando era la época seca. En Cuenca ya no nieva como antes, afirman los paisanos. Aunque puede ser que los contemporáneos no tengamos perspectiva para decir qué es normal y qué no lo es.

Los porteadores, sabiamente, se deshacen de la carga y empiezan con sus cigarrillos. Por el momento ha terminado su trabajo. Nosotros, dislocados, rematamos la jornada subiendo a la morrena. Parece como si camiones gigantescos hubiesen descargado toneladas de escombros para hacer una muralla. Para ver el glaciar hay que trepar un poco más. Necesitamos asomarnos.

Desde que lo vi en los mapas me imaginé el glaciar como una potente lengua de hielo blanco raspando las rocas. Me basaba en los que vi en Chile. En el hielo que escurre lentamente del Campo de Hielo Sur. Qué nombre tan bueno, por cierto.

La morrena tiene más de 50 metros de altura. Es un terreno poco firme. La nieve es blanda y nos hundimos con facilidad. La panorámica es bestial. Uno ve esto y da por buenas las miserias pasadas. Y está dispuesto a seguir comiendo arroz durante varios días y pasar frío y tener lejos a la familia y los amigos. Uno ve esto y se emociona al constatar que la Naturaleza, con mayúsculas, todavía tiene su cuota de poder en el planeta. Que hay cosas que todavía no nos hemos podido cargar.

Blog_252Isaac caminando por la morrena lateral del glaciar Yalung

El glaciar es un sumidero de derrubios. De todo lo que cae rodando desde las alturas. Es una escombrera gigantesca. Continuamente alimentada por avalanchas y desprendimientos. Continuamente tapizada por las nevadas. Es un caos de bloques y pedazos de nieve compacta. Con su propio metabolismo. Con sus propias lagunas y aludes. Filmamos desde el borde. Tomamos alguna foto. Oímos cómo caen las piedras a unos metros. Nos vamos. Nos volvemos al refugio. Abrumados y admirados. Aquí sí hay que andar con mucho ojo. Un mal paso y se acabó.

El solazo nos ha ablandado los sesos. Y la altura. Por fin, a 4.500, sentimos su mordida. No por esperada resulta más llevadera. Pensamos en dormir un rato. Empiezan las náuseas y las arañas en el estómago. Las palpitaciones en las sienes. No hay otra que reposar. Fuera se escucha la algarabía de los porteadores. Juegan a las cartas. También hay otros montañeros que entran y salen del refugio. La habitación en penumbra. Imposible dormirse. Atorado. En posición fetal. Con sensación de fiebre. Aguantando el chaparrón. Me pongo los auriculares. He racionado bien la batería del cacharrillo mp3. Una hora de música. Me medio duermo. Se hace de noche. No cenamos. Apenas un traguillo de agua. El guía y los porteadores vienen a ver a los convalecientes. Todo bien, logramos balbucear. La retina aún iluminada con las bellas imágenes del día. Va pasando la madrugada y no logro pegar ojo. Me imagino al tejido hematopoyético fabricando glóbulos rojos para salir de esta. Necesito más oxígeno coño. Me susurro.

Blog_253El refugio de Ramche

No dormimos nada. Pero dio igual. Los chapatis a rebosar de nocilla, un té y a correr. Ya estamos en marcha, camino de Oktang.

No era un día prometedor pero la nieve estaba firme y queríamos llegar un poco más lejos que el día anterior. Remontar el glaciar hasta la curva desde la que, si teníamos suerte y despejaba, veríamos el Kanchenjunga.

Oktang es lo más lejos que llegamos. Es un pequeño santuario, muy precario, que consiste en un amontonamiento de piedras con palos que sobresalen y banderitas de colores. Todo ello semienterrado en la nieve. Los dioses, una vez más, están con nosotros. Se abre el cielo y tenemos ante nosotros cuatro ochomiles, un pedazo de galciar, otros que confluyen en él, seracs y un sol que saca brillo a todo. Hemos triunfado.

Blog_254Oktang y al fondo el Kanchenjunga. Poco a poco fue abriendo el día

A partir de este punto el camino se antoja peligroso. La senda está tapada por la nieve y barrida por avalanchas que no paran de caer. Es el problema de estas nevadas tan tardías. En cuanto sale el sol la nieve se deshace y los aludes van tachonando el paisaje.

Da vértigo pensar que a partir de este punto, a casi 5000, todavía hay una pared de 3500 metros para hacer cumbre. Pero haber llegado hasta aquí es suficiente. Basta sentarse en una piedra y mirar a los Kanchen. O deleitarse con las laderas del Ratong. O con los seracs. O con la esperanza de que asome un leopardo de las nieves. Basta con escuchar el silencio. Perturbado de vez en cuando por alguna avalancha que conmina a estarse quietecito.

Es aquí y ahora cuando ya me he vaciado de pensamientos nocivos, de noticias de crisis, de que va a subir la luz, de la verborrea de tertulianos y políticos. Es aquí donde ya no queda nada y entonces hay lugar para la calma. Es aquí donde uno atisba la felicidad, un estado de paz y cierta desidia. De poca prisa y conformidad. Hay que vaciarse. Es un estado de vacío, más que de plenitud, lo que me permite librarme de las cadenas. De los prejuicios. De las verdades asentadas en experiencias puntuales. De las clasificaciones. De la inercia. Del ceño fruncido.

Respiro y miro. Y estoy vivo. ¿Qué más se puede pedir?

Blog_255Caminando de noche, en plan Gerardo. Resumen musical del viaje