Una vuelta por el Kanchenjunga (I) El país de la bandera rara

NOTA INTRODUCTORIA. El Parque Nacional del Kanchenjunga se encuentra en el extremo oriental de Nepal. Los trekkings para acceder al campo base de este ochomil -el tercero más alto- son largos e incluso tediosos y obligan a atravesar las tres regiones geográficas en las que se suele dividir el territorio nepalí: terai, valles intermedios e Himalaya.

El relato del viaje se apoya en este gradiente y obvia la cronología de los acontecimientos. De esta manera se presentan en un mismo lugar o tramo observaciones y anécdotas que corresponden tanto a la subida como a la bajada.

Si a algo se aprende en este viaje es a relativizar. Se relativiza la crisis de España al darte cuenta que el lavabo de tu trabajo supera a cualquiera que puedas encontrar en Nepal. Y se despoja uno de narcisismo: Al verse equipado con polainas, pantalones impermeables, GPS, guantes y comprobar que el que van con chanclas por la nieve lleva todos tus accesorios. Te haces una foto molona en plan montañero y el esmirriado que hay al lado, fumándose un pitillito en manga corta a 4500 ha hecho lo mismo que tú pero con 30 kilos. Y no presume de ello.

Llega un momento en que el vacío le posee a uno. Eso es lo que, instintivamente, iba uno buscando. Llegar a la nada. No ser nada.

Así que no puedo decir que el viaje me haya llenado. El viaje me ha vaciado. De cargas. De preocupaciones. De ansiedad. Y ha quedado espacio para que reine la paz. La nada.

Claro que ha sido entrar en esta jaula de grillos y volver a las andadas.

EL PAÍS DE LA BANDERA RARA. Al colegio me gustaba llevar el diccionario ilustrado Sopena. Uno pequeñito, versión estudiante. Lo ponía en la mesa sin disimulo. Ningún profesor iba a sospechar que aquello era mi evasión. Con todas las horas que tenía por delante necesitaba algún tipo de entretenimiento. Solía desmontar el portaminas y el sacapuntas. Dibujar en las esquinas de los libros monigotes que cobraban vida al pasar rápidamente las páginas. Contar los minutos que faltaban para el recreo y buscar en esa sucesión algún patrón. Me aburría mucho.

El diccionario daba bastante juego. Tenía láminas a color e ilustraciones en blanco y negro sobre diversos temas. Me gustaba copiar esos dibujos y tenía el propósito de hacer un diccionario sobre términos estrictamente ecológicos y biológicos. Mientras los profesores contaban sus cosas yo tendía a abrir el diccionario. Copiaba en un papel definiciones de animales o de palabras como arcilla o glaciar. Era una tarea absurda esa de capturar un subconjunto del diccionario. Entonces no me lo parecía. La ignorancia de cada época vital nos mantiene vivos. La lucidez lo va quemando todo. Lúcido viene de Lucifer dice Federico Luppi en Lugares comunes.

Cada poco repasaba las láminas de anatomía, me aprendía los huesos y los músculos. Sobre todo me fascinaban las banderas del mundo. A todo color. Estaban todos los países del mundo. Las memorizaba y buscaba el país en el mapamundi. Las había con franjas. Horizontales y verticales. Escudos. Estrellitas. Emblemas.

Blog_228La bandera rara

Todas eran rectangulares. Excepto una. Una que no se ajustaba al patrón. La de Nepal. El reino de Nepal, incrustado en el corazón del Himalaya. Al norte el Tíbet. Al sur la India. Lugares remotos con los que era fácil evadirse de las soporíferas lecciones. Aquellos temarios que nunca daba tiempo terminar.

Lejos estaba entonces de saber que tendría la oportunidad de ir a Nepal. De poner pie en el Himalaya. En las nieves perpetuas del Himalaya.

El primer viaje a Nepal fue complicado. El avión aterrizó en medio de una tormenta. La aproximación al aeropuerto de Kathmandu fue movida, envuelta en relámpagos. En la capital la cosa no estaba mucho mejor. Estado de sitio. El pueblo quería democracia y la monarquía resistía arrinconada en sus palacios. Aquello derivó en un cambio de planes. Fue un viaje duro, en el que pasamos hambre.

Conocí los alrededores del Annapurna, el Kali Gandaki, las faldas del Dhaulagiri. Mordidos por el frío y las penurias bajamos a la jungla. Visitamos Chitawan en busca de fauna. Algo vimos pero el tigre de bengala tenía su principal bastión en Bardia. Allí nadie recomendaba ir. Además de tigres había maoístas que secuestraban turistas. Fuimos para comprobarlo. Vimos dos tigres. Ni rastro de los maoístas.

Esta vez el destino es el Kachenjunga. En la Lonely Planet que me regalaron mis amigos del Ministerio dice sobre la variante que elegimos lo siguiente: “This is a route with an incredible amount of up-and-down walking. The trek climbs –and descends- more than 15,000 m during two weeks of walking. Be sure you are ready for this kind of effort before you set out: there are no escape routes if you get sick, tired or bored.”

Blog_231Localización del Área de Conservación del Kanchenjunga y situación del campo base sur.

Para el que no entienda inglés: que te pienses donde te metes porque es difícil salir del agujero.

Nuestra idea es llegar al campo sur del Kanchenjunga. Una vez al pie de esos gigantes de más de ocho mil metros tenemos idea de subir por algún glaciar accesible o comenzar a trepar la ladera de un siete mil. Pero antes nos esperan varios días de aproximación hasta meternos en los valles más interesantes. Hay que volar hasta Biratnagar y de allí ir por tierra hasta Suketar, junto a Taplejung. Aquí hay una pista de aterrizaje muy precaria que solo cuando el tiempo es seco puede ser utilizada. Desde Suketar hay que caminar cuatro días hasta Yamphudin donde se abandona, de una vez por todas, el territorio poblado. No es de extrañar que las expediciones cuyo fin es escalar ochomiles vayan en helicóptero hasta el campo base puesto que este camino, de ida y vuelta, va minando las fuerzas.

Blog_229Panorámica desde la carretera de lo que nos espera

Una vuelta por el Kanchenjunga (II). Las cosas no tan bonitas del Himalaya

Cumbres nevadas que se recortan en un límpido cielo azul. La nieve que de forma inverosímil se amontona en las pendientes casi verticales. Aristas de roca que asoman entre el hielo. El imperceptible devenir de formidables glaciares. Bosques primarios de aspecto temerario a pesar del musgo que recubre sus rincones. El hielo se funde y el agua dibuja cascadas y espuma en su fragoroso recorrido. Antes se remansa en los campos de arroz, se sosiega en los abanicos aluviales. Se esparce por el paisaje. Va de una terraza a otra. Imágenes sugerentes. Paisajes increíbles.

¿Y cómo es que no viene tu mujer? Dice el guía cándidamente. Ante mi continuo asombro. Fotografiando las maravillas con las que vamos tropezando.

No quiero que me abandone my friend, le respondo. Esto es muy bonito, sí. Qué duda cabe.

Y escuchar a los gallos de mañana. Despertarte con su kikirí. Hasta ahí bien. Pero luego vienen los pollos. A continuación de los gallos los pollos. Y no me refiero a los hijitos de los gallos. Luego viene un concierto ininterrumpido de jjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjj……puá. Porteadores, guías, mujeres y niños van a desatascar con gran vehemencia y prosopopeya sus vías respiratorias. Donde fueres haz lo que vieres: jjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjj…

Primera razón de peso para que no venga…puá.

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Campaña de divulgación para que la gente no cague en el primer sitio que se le ocurra. No acaba de calar el mensaje

Apenas has dormido tres horas y ya están los pollos. Y hay que ir al toilet. Abres la puerta y el olor a amoniaco te salta las lágrimas. Ahí no entro. Y lo que viene siendo mi mujer te aseguro que tampoco entraría. En este punto habría que darse la vuelta. Porque claro, aparte de esquivar los diarreazos hasta llegar a la puerta del toilet, lo que es intimidad no hemos tenido por la noche en la suite de lujo. Un colchón de paja. En el que procurabas no moverte mucho porque el arañón que había en la pared, aunque no hace nada, es mejor no tocarlo. Además no osas sacar las extremidades del saco. Te conviertes en un ser hibernante porque fuera llueve y hace frío. Retrasas lo que puedes el tener que ponerte la ropa húmeda del día anterior. Y las botas. Que ya no se van a secar hasta que vuelvas a Kathmandu.

Blog_233Uno de los agujeros en el que nos refugiamos

Tampoco ha de asustarse uno mucho de la mierda del toilet. A fin de cuentas el nauseabundo olor de las aguas fecales que van a parar al huerto ya te ha ido acostumbrando la pituitaria.

Tras haber meado ‘por ahí’ llega el desayuno. El guía, día tras día, pregunta con una sonrisa: What do you want for breakfast?

El primer día me hizo gracia. Tras recibir una retahíla de noes a todo lo que iba pidiendo me di cuenta de que en el Himalaya, para desayunar, hay chapatis. Solo chapatis. En algún caso con mermelada. Y a veces, cuando hay eclipses híbridos, con miel. Cada mañana, cuando el guía viene con sus sonrisa, yo se la devuelvo y le digo que chocolate con churros. No hay cereales con fibra ni fruta fresca ni una buena taza de café. Otra razón.

A estas alturas mi mujer podría denunciarme por malos tratos. Sobre todo cuando le dijese que eso de la ducha es un concepto inexistente por estas tierras. Veinte días sin ducha. A mí me parece bien. Tanto que de cuatro calzoncillos que con gran prevención eché al equipaje resulta que solo utilizo dos. Te aseguro que en la competición de cerdos quedo en los puestos de cabeza. Se me da bien.

Blog_234Izquierda: El mejor toilet, antes de empezar el trekking, en el Hotel U.K., Phidim. A la derecha uno más rural

Para comer no hay ensaladas. Ni filetes. Hay dahl bhat. Es decir arroz cero delicias con una sopilla ridícula de lentejas y algunos vegetales hervidos. Orgánicos eso sí. De vez en cuando se puede conseguir una tortilla y hay lodges donde preparan unos espaguetis deliciosos. Tampoco hay yogur pero un té con sal y mantequilla rancia de yak si te pueden dar.

Ah claro, se me olvidaba. No te he hablado aún de las sanguijuelas. Ni de los mosquitos. Bueno a medida que subamos irán desapareciendo. A cinco bajo cero y con el 47% del oxígeno disponible no hay bichos. Te duele la cabeza y vomitas pero una reparadora sopa de noodles, picante hasta hacerte llorar, sirve de alivio. Y por las mañanas dos chapatis.

Qué por qué no vengo con mi mujer dice el piernas este.

¿Por qué huele toda la ropa a humo? Y ya la he lavado dos veces. A mi manera sí. Es que esta gente cocina con leña y aún no han inventado la chimenea. Es más, creo que no necesitan chimenea y tener la casa permanentemente ahumada es una manera de matar insectos y limpiar el ambiente. Te picarán los ojos y la garganta. En Ramche la cosa llegó a ser dura. Quemaban arbustos verdes y la humareda, unida a la escasez de oxígeno, hacía las cosas dificilillas. ¿Qué por qué no abríamos la puerta? Bueno, lo pensamos, pero hacía mucho frío. Al final elegimos la cálida fetidez. El cuarto, a tres grados, llegaba a ser un sitio acogedor.

Blog_235Agujeraco en Ramche: hogar dulce hogar

Obviamente los obstáculos que se presentan en la ruta no discriminan por género. Simplemente se trata de advertir que la persona que vaya a considerar la posibilidad de un viaje de este tipo debe tener en cuenta si estos inconvenientes (los denominados predecibles imprevistos)  le van a pesar más que el estar en un sitio tan especial. Desde luego hay motivos suficientes para pasarlo mal y si uno les da vida le pueden amargar la experiencia. Realmente los 15.000 metros de desnivel son la parte fácil. La verdadera selección la lleva a cabo esta colección de filtros que hay que ir superando hasta poder contemplar tranquilamente alguna de las escenas mencionadas al principio.

Una vuelta por el Kanchenjunga (III). La brutal llegada del desarrollo

Biratnagar es la segunda mayor ciudad de Nepal. No pongo en duda que aquí viva mucha gente, pero sí que se le llame ciudad. Porque una ciudad conlleva una estructura y una serie de elementos representativos (escuela, templos, teatro, parques) fácilmente identificables. Biratnagar se ha gestado como muchas ‘ciudades’ del tercer mundo: un arremolinamiento de gente que se ha ido estableciendo provisionalmente en torno a las vías de comunicación. Ese rasgo provisional, con todo a medio hacer, se convierte en característica. La provisionalidad es permanente. Hay algún motivo difícil de entender que hace de atractor y provoca que la gente tome la decisión de dejar su pueblo e instalar una chabola junto a un amontonamiento de escombros y basura a medio quemar que se extiende por el tórrido llano, el terai.

Blog_236El vuelo Kathmandu-Biratnagar

En Biratnagar hay un aeropuerto. Y mucho tráfico. Que provoca un perpetuo estado chirriante y colorido. Hay comercios que abren sus persianas de metal con un sonido estruendoso. La gente camina entre los coches y las motos. No hay aceras. Las botellas de plástico se acumulan. No hay alcantarillas. Se vende fruta. Se vende cacharrería. Hay un trasiego constante. No hay alumbrado público. Ni semáforos. No hay mobiliario urbano. No hay nada que se pueda identificar con un servicio público, excepto dos guardias que tocan el pito para supuestamente dirigir el tráfico. Nadie repara en ellos.

En estos núcleos urbanos amanece de manera súbita y la gente se pone manos a la obra. No hay una vida estructurada. No hay un lugar en el que desayunar con un periódico para después ir al trabajo. Tampoco hay un espacio para pasear. No hay un lugar en el que estar tranquilo. No existe el ocio. La gente vende sus mercancías. Transporta a gente a otro sitio. Atiende su pequeño negocio donde siempre se come lo mismo. Los clientes no se pueden permitir imaginar una comida distinta al dahl bhat. Y el dueño no va a enredar con una carta que ofrezca más de dos opciones.

Eso es: no hay tiempo para el esparcimiento, para la reflexión.

Es un lugar que crece de manera desordenada. Es un tumor. Es una mierda. Como la leña escasea se cocina quemando plástico. El humo se hace insoportable. Hace tiempo que cayeron los mejores árboles de la jungla. El tarai se ha convertido en una sucesión de campos de cultivo. La jungla sobrevive en los antiguos cazaderos reales, hoy convertidos en parque nacionales, como Chitwan y Bardia.

Blog_237Campos de cultivo en el terai vistos desde el avión

Y de igual manera a cómo empezó el día, termina. Repentinamente. La gente desaparece de las calles. Nadie va a ir a un restaurante a cenar con un vino. No hay tertulias.

Son días todos iguales. Es un sitio áspero. El terai es un lugar aburrido. Sin entretenimiento. Con su calor aplastante. No hay cines. No hay avenidas por las que pasear. Obviamente no hay librerías, aunque sí periódicos.

El único lugar al que se puede ir es el aeropuerto. Para largarse de allí.

Nosotros nos metemos en un jeep nada más llegar. El conductor va esquivando el tráfico. A su vez le esquivan. La carretera es la vida en este país. Bicicletas que adelantan peatones. Motos que adelantan bicicletas. Camiones que adelantan motos. Minibuses que adelantan camiones. Todo se superpone y el claxon no para de sonar. El de nuestro jeep funciona mediante un interruptor, como el de la luz, que va encendido casi todo el tiempo.

Hay perros y cabras. Y gallinas que son pulcramente evitadas. No hay malos gestos en el conductor. No hay cabreo. La algarabía es tremenda pero todo el mundo actúa con normalidad. Menos los perros. Los perros duermen plácidamente. Los neumáticos les pasan a milímetros de la cabeza. No me lo puedo creer. Al principio pienso que están muertos. Que les han dado un golpe en la cabeza y se han quedado en el sitio. Hasta que en medio de una escena dantesca, de gente colgando de los coches adelantando a autobuses a rebosar de gente, en los que los viajeros suben y bajan en marcha, un perro da un bostezo tremendo, se recoloca y sigue durmiendo. Que no le molesten, que él estaba allí antes del asfalto.

En Ilam encontramos las primeras imágenes conmovedoras del viaje. En realidad es otro desfalco a la naturaleza pero el monocultivo de té, recorrido por los paisanos que van echando en su capazo hojas que van seleccionando, resulta muy fotogénico. Esta zona es la prolongación de Darjeeling, la región productora de té más apreciada de la India y una de las más famosas del mundo.

Blog_238Campos de té en Ilam

En Kheklebung las hojas de las plataneras están rasgadas. Formando flecos. Hojas recubiertas de suciedad. La polvareda del camino. No son las plantas ornamentales de un jardín. Son los restos de la selva devorados por el progreso.

Las casas se han hecho rápidamente juntando placas de cinc ondulado. Chamizos en los que hace un calor endiablado. Y por donde se cuela el agua en los monzones. Se utilizan troncos sin siquiera descortezar. Son las vigas maestras. Lo importante es establecerse el primero. Tener la exclusiva del transporte, o del reparto del agua. Después podrán disfrutarse las ganancias. Después: un horizonte incierto y muy improbable. Nadie va a reinvertir parte de las ganancias en camuflar el aspecto cochambroso de las casas.

Las aguas fecales se remansan en el suelo desbrozado y apelmazado que espera una nueva casa. Encharcan el terreno hasta que se desbordan barranco abajo y se pierden entre la espesa vegetación. El sol les saca un reflejo plateado. Aguas que han perdido el rango que le otorgaron los glaciares.

Blog_239_2Vista de Kheklebung, donde recientemente ha llegado una pista, es decir, un surco de barro de 20 km que se tarda más de dos horas en recorrer. (en 4×4, en autobús ni te cuento)

Las gallinas picotean desperdicios variados. Nutritivos y asquerosos. Los niños juegan entre la basura, beben aguas grises. Mientras, las caballerías, cargadas con sacos de sal y arroz, aguardan a que sus dueños terminen de cerrar negocios, fumar cigarrillos y vaciar botellitas de whiskey formato ‘petaca’. Prolongan así su sueño de prosperidad.

El olor fresco de las bostas de yak y búfalo es sustituido por la hediondez de las heces humanas escurriendo entre los huertos. La gente se hacina entorno a los enmarañados cables de la luz. Chucherías y manufacturas características de la sociedad global. Hay envoltorios tirados por todas partes. Latas aplastadas que la vegetación esconde. Un flujo de desechos cada vez más patente, a medida que la población desborda la capacidad de digestión del medio.

En estos caóticos y a la par pintorescos pueblos, como Taplejung, la gente está atareada levantando un nuevo modo de vida sobre las ruinas del bosque. Tan solo diez años atrás los espléndidos árboles cubrían las descarnadas laderas.

Blog_240Venta de cacharros en Taplejung

Estas aldeas recrecidas son la puerta de entrada a los valles himaláyicos. Se ensanchan las veredas para que lleguen camiones y mercancías. Herramientas, más alambre, motosierras. Sacos de cemento, clavos. Se utilizan cobertizos para ir serrando los árboles. Se desgajan planchas de madera para hacer nuevos cobertizos. Y más casas. Precarias.

Se clarea el terreno. Se desestabiliza. Cada monzón se lleva la basura y deshace parte del trabajo. Se caen laderas enteras. A veces entierran por completo alguna de estas aldeas.

Es un proceso febril, que se realimenta. A medida que el bosque se convierte en tablones de madera colocados de cierta manera, dando cobijo, viene más gente. Lo llaman, genéricamente, progreso.

Una vuelta por el Kanchenjunga (IV). La esplendorosa vida de los valles.

El reguero de papelillos y envoltorios va disminuyendo a medida que nos alejamos de la carretera y vamos sorteando montañas. Hay menos gente. Las modestas casitas salpican las laderas aquí y allá.

La primera impresión de las espectaculares laderas aterrazadas le deja a uno aturdido. Aquí se vive en vertical y la única manera de comunicarse es caminando. Para ir a la casa de enfrente hay que bajar quinientos metros hasta el río y volver a subir otros quinientos metros. Angostos caminos de piedra. Resbaladizos. Esto empieza a molar.

20Terrazas de cultivo acomodadas entre el bosque primario

En las montañas la vida es dura y a la vez reconfortante. Es una vida en la que no se prorrogan los placeres. Placeres sencillos. Es una vida sin rodeos. En la que está plenamente delimitada la acción y sus consecuencias. Necesitas leña para calentarte. Necesitas arreglar el camino para poder ir de un lado a otro. Necesitas comer.

No ha llegado aún eso de ir haciendo cosas insulsas para llegar a un fin que cuando alcances ya no significará nada. Por el camino directo se sonríe más. Al menos toda la gente con la que nos cruzamos sonríe. Forma parte del tópico que el viajero que regresa de países pobres siempre cuenta.

12Transporte de leña

Sonríen los que suben cargados, que son todos los que transitan estos caminos. Con las mercancías sujetas a la frente. Sonríe la señora que recolecta pimientos mientras lleva de la mano a su hija; a tenor de su barriga parece que van a ampliar la familia. Sonríe el porteador desdentado que tiene por misión acarrear cuarenta kilos de comida a los albergues que están a 4000 metros. Sonríe la niña que se prenda de mi cuaderno de notas y deja su carga de tierra para pasar un rato entretenido.

A nosotros, a los que disponemos de más de cinco dólares por día, se nos ha olvidado sonreír. Preocupados como estamos por resolver todos los pasos intermedios que nos llevan a… ¿Dónde nos llevaban? A mí se me ha olvidado.

23Aprendiendo mutuamente

Esta es una tierra que parece autosuficiente. Hay arroz y mijo. Hay maíz, judías, lentejas, hortalizas. Patatas y gallinas. Hay madera y pasto. Hay miel en las colmenas construidas con troncos huecos. El agua no es un problema por estos lares. La lluvia es abundante y en la época seca el deshielo, convenientemente canalizado, permite regar parcelas y dar vida a fuentes.

Me fascina el reciclaje. Que también es real. No es un contenedor de dudoso destino. Las peladuras sirven para alimentar a las gallinas. Las chalas[1] para hacerse cigarrillos con el tabaco que también se cultiva en el valle. Con los cañones de las plumas de la gallina que han matado para cenar, se limpian las orejas. Lo mismo la cera sirve para hacer una vela. Reciclaje extremo.

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                                                Acopio de mazorcas de maíz

Proliferan los sonidos armoniosos: el agua cantarina de las acequias y fuentes, la cadencia de un hacha fabricando leña, la azada excavando, la lluvia golpeando el tejado.

Las labores cotidianas se ven salpicadas de divertimentos simples pero nutritivos. El cannonball es una especie de snooker que se juega impulsando fichas de colores a modo de chapas. Los paisanos pasan horas alrededor de estos tableros, comentando las jugadas, echando un cigarrillo, riendo. Otra vez riendo.

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Partida de cannonball

Otro invento que nos llama la atención es el columpio gigantesco que arman con las enormes y flexibles cañas de bambú.

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Columpio de bambú

Poco a poco van estableciéndose novedades en este territorio aislado. Las más llamativas son la luz –con placas solares- y la difusión de los teléfonos móviles, que ofrece un contraste notorio con los rupestres métodos al uso: fuego para cocinar, inexistente tracción mecánica o animal para trabajar el campo, caminar como medio de transporte. Los tejados de chapa van sustituyendo a los tradicionales techos de bambú entrelazado.

La noche se abalanza. Destellan las luciérnagas. Se confunden con las estrellas. Y con los puntos luminosos de las laderas: las casas con luz. Ahora la gente se ve las caras. Y lo que hay en el plato. La sopa humeante aderezada con cilantro. Especias picantes. Olores asiáticos. El silencio, ese bien tan preciado. Nos vamos acoplando al ritmo del sol.


[1] Hojas que recubren las mazorcas.

Una vuelta por el Kanchenjunga (V). Lo que nos hizo humanos

Me quedo ensimismado mirando las brasas relampaguear, los leños ardiendo, las llamas cambiando de forma caprichosamente. El hogar. El centro de la vida.

Cada día nos pegamos al fuego. Compartimos con los nepalíes horas de silencio. De contemplación. De beber té y comer dahl baht. A partir de Yamphudim hace frío y llovizna. Después nevará. Hemos ido dejando atrás la vida agrícola y nos internamos en los bosques de rododendros. El paisaje se vuelve cada vez más agreste. Impone y sobrecoge ver la furia de los torrentes abriéndose paso por las laderas. Las brechas abiertas por los deslizamientos.

Llegamos a la cabañita del collado ateridos de frío y envueltos en una niebla que nos ha calado. Tablones húmedos. El techo humeante. Dejamos la mochila en el suelo, nos sacudimos el agua y tras saludar nos acercamos al fuego. Enseguida nos dejan sitio.

Blog_241Cabaña entre Yamphudim y Tortong

El hombre que regenta el negocio ordena a su ayudante –que es su hijo- darnos una taza de agua caliente. Siempre hay agua caliente. Igual que siempre late el corazón o respiramos, el santo y seña de estas precarias cabañas de madera es la lumbre y un ollón de agua caliente encima.

Acercamos las manos. Queremos secarnos los guantes. El gorro. Las botas. Queremos vivir dentro del fuego. La conversación entre los nepalíes se reactiva una vez que hemos sido atendidos. Nuestros porteadores se unen a la charla. Imagino que darán cuenta de la jornada. Y de lo que queda. Se aprovechan estos encuentros para intercambiar información sobre el estado del camino, o el tiempo que hace arriba. Contando historias alrededor del fuego: eso es lo que nos hizo humanos.

Blog_242Alrededor del fuego

A mis manos llegan unos noodles. Los porteadores y el guía optan por el dahl baht. Todos los días dahl baht. Para comer y para cenar. Rebañan con la mano el arroz que mezclan con la sopilla de lentejas y lo que haya por ahí: espinacas hervidas, algo de carne de yak, alguna salsa picante. A nosotros nos dan un tenedor. Saben de nuestra incapacidad.

El humo perenne tizna el interior de la cabaña. Y la ropa de los que pasan horas allí dentro. La nuestra olerá a humo durante meses. Alguien echa un leño y reacomoda los demás. Mueve las brasas. Las pavesas saltan enfurecidas. Hablamos con el guía. Y el guía con los porteadores y con el dueño. Son charlas ligeras adornadas de señas. Me cuesta muy poco mirar cómo arde la madera. Y no pensar absolutamente en nada.

Blog_244Comiendo dahl baht

Llega gente. La lluvia arrecia y están calados. Se quitan el impermeable, la mochila. Ves los rostros fatigados. Esas respiraciones que parecen suspiros. Vengas de donde vengas tienes que estar cansado. Son dos subidas duras las que llevan al collado. Les hacemos un sitio alrededor del fuego. Se les provee de una bebida caliente. Se les prepara la comida. Cuentan sus percances. Se interesan por los nuestros. Es un diálogo estereotipado pero necesario. Se vuelven a activar las historias y los relatos. Un murmullo interrumpido por el chasquido de un leño. O el chorro de vapor de las ollas a presión. Los nuevos comensales ya forman parte del comité de bienvenida de los siguientes que aparezcan por ahí.

Blog_243En Tseram, esperando a que pare de llover

Pasamos muchas horas junto al fuego. Las noches son largas. La compañía muchas veces buena. Los dormitorios son lugares fríos y oscuros donde lo único que se puede hacer es estar dentro del saco. Se habla despacio por no agotar los temas.

Coincidimos con otros turistas. La edad media es alta. Muchos jubilados que disponen de tiempo y algunos ahorros se dedican a pasear por estas montañas. Resulta una bocanada de aire fresco. Las conversaciones con nuestro guía y los habitantes de este lugar se limitan a un vocabulario exiguo. Cosas como Good? Good. Y después una sonrisa.

Poco a poco nos vamos dando cuenta de que solo hay tres cosas importantes, solo tres: calentarse, comer y caminar.

Una vuelta por el Kanchenjunga (VI). El bosque

Tortong consiste en tres cabañas de tablones húmedos que no encajan. Situado en una angostura del profundo valle del Yalung, Tortong cumple bien con la denominación de agujero. Pocas veces debe verse el sol en este lugar, permanentemente envuelto en brumas y sometido a una lluvia que no termina nunca.

Blog_249Arriba a la izquierda, ahogada por el bosque, la principal casa de Tortong. (LINK a video)

El mejor plan en Tortong es salir de Tortong. Misión, por otra parte, nada sencilla. Hay dos destinos posibles y los dos suponen una dura jornada. Seguir el valle hacia arriba, hacia Tseram supone ganar altura y acercarse a los límites impuestos por la hipoxia. Y pasar más frío. Se atraviesa el bosque silencioso, se pasa a ratos junto al tremendo río de montaña que es el Yulang, se llega con las botas mojadas. Deseando sentarse junto al fuego. Esta es la opción sencilla.

La otra es dantesca. Primero hay que seguir el río aguas abajo. Para después salvar un desnivel de unos 600 metros, hasta el collado de la cabañita. Se trata de laderas inestables y hay que trepar por varias pedreras; andar sobre rocas garrapiñadas en barro. Un terreno inestable que puede venirse abajo en cualquier momento. La trepada llegaba antes hasta el collado natural, pero el último deslizamiento dejó una enorme cicatriz. Árboles aún con las hojas verdes atestiguan lo reciente del suceso. Ahora tiene el aspecto desvitalizado del interior de un cráter. Desde el collado hay una bajada de 1500 metros que exige mucho de las rodillas. Es un camino tedioso en el que hay que ir muy atento. Bajar esas pendientes imposibles, pisando sobre rocas resbaladizas, que parecen untadas de grasa o jabón, exige buscar muescas y resaltes en los que ir encajando la punta de la bota o el talón. Conviene bajar el centro de gravedad, para lo que hay que flexionar las rodillas constantemente.

Blog_245Deslizamiento que se ha llevado el camino por delante. Véase cómo en el collado, a la izquierda, la senda se ve truncada (+fotos)

Pese a la dureza de la topografía hay gentes que atraviesan estos parajes frecuentemente. Gente dura de rostros apergaminados. Pero también niños que caminan despreocupados del brazo de sus padres. Gentes que no saldrán en toda su vida de estos valles. El bosque goteando. Los leopardos nebulosos al acecho. Presas precavidas que se camuflan entre los musgos. Aves que cantan desde la arborescencia, inaccesibles. El porteador de Yamphudim es un habitual de esta senda. Arremete la descomunal subida hasta la cabañita del collado. Hace pausas y calza con el bastón la carga. Aprovecha el encuentro con otras gentes para parar y charlar. La soledad es muy dura. La soledad y el frío y el silencio. Y las fieras acechando. Llueve eternamente y poco a poco el porteador, lleva sus cuarenta kilos hasta Tseram. Pasa la noche en cualquier lado. Bebiendo aguardiente. Medio ido. Acurrucado entre unas mantas que le dejan. Viendo pasar una vida monótona. Disfrutando de pequeños placeres. Espectador de las partidas de cannonball. Saboreando un cigarrillo. Bebiendo algo caliente. Vidas duras de cojones.

Blog_248El porteador camino de Tseram

El porteador está a las órdenes del Patriarca. Así hemos bautizado al dueño de varios alojamientos y proveedor de mercancías. Negocian el precio de la carga y el Patriarca pesa espaguetis, noodles, paquetes de azúcar. Luego el porteador va acomodando las cosas en un cesto de madera. Tensa cuerdas. Prueba. Se descuelga los sacos. Los pone de otra manera. Así hasta dar con la disposición más cómoda. El Patriarca se aprovecha. Regatea hasta extremos inhumanos. Cada gramo de comida lo vende arriba a diez veces lo que a él le cuesta. El porteador mira con cierta pena, y con un poco de indignación, los dos billetes roñosos que le han dado. Parece pensar que no es justo. Pero al mismo tiempo se da cuenta de que su coste de oportunidad es muy bajo. Es decir, que no tiene alternativa. Para olvidar convertirá parte de ese dinero en aguardiente.

Blog_247El bosque

A veces, las menos, la carga la llevan los yaks. Nos cruzamos con pequeñas caravanas que remontan las pendientes con una facilidad sorprendente (ver video). Cuando los animales se detienen, absortos, sin entender el propósito de ir de un lado a otro, los azuzan con palos y piedras. Los yaks parecen animales sólidos e inamovibles. Pero son ágiles y rápidos. No conviene estar cerca de esos cuernos tan afilados.

El río es un caudal blanco y espumoso que se precipita con furia hacia las zonas más bajas (ver y escuchar el río). Por el contrario el bosque soporta con mansedumbre la cortina de agua que empapa las laderas. Las piedras envueltas en el silencioso musgo. Líquenes y epífitas medran en este ambiente saturado de humedad. El tiempo se para en el interior de estos bosques. Emana una calma perturbadora. Los troncos tumbados por los rayos o las avalanchas de piedras se descomponen lentamente e incorporan sus nutrientes al suelo. La hojarasca blanda. Girones de niebla que amortiguan la bravura del río.

El bosque, misterioso, no es siempre inmune al carácter impetuoso del río y los torrentes que lo van alimentando.

Las aguas van socavando las bases de las laderas. Y de repente, sin previo aviso, hay un deslizamiento que se lleva por delante una franja de bosque que va a parar al Yalung. Nada de lo que allí caiga se libra de ser triturado y devorado. A continuación, tras el crujido de piedras y madera vuelve el manto de silencio. Y el bosque se rehace despacio. Extendiendo sus raíces, cubriendo con hojas las heridas abiertas.

Blog_246Saliendo del bosque (link otras fotos del bosque)

Una vuelta por el Kanchenjunga (VII). El glaciar

A mí lo primero que me viene a la cabeza es la imagen de un niño en la playa. Abriendo un surco en la arena a medida que pasa un rastrillo o la mano. La arena desalojada de la depresión que se va formando crea dos muretes a ambos lados de la excavación. Esas son las morrenas laterales. Al final del recorrido, hasta donde el brazo alcanza, queda otro montón de tierra que cierra el pequeño canal. Esa es la morrena terminal.

Y es la primera que vemos en nuestro camino hacia Ramche, último refugio disponible. De entre ella mana el glaciar convertido en arroyo. Año a año el hielo da paso al agua en una cota cada vez más alta.

Luce un sol espléndido y caminamos a buen ritmo. Los picos nevados nos han sorprendido tras varios días de borrasca y nieblas. Estamos entusiasmados, deseando hollar la nieve recién caída.

Blog_250Morrena terminal del glaciar Yalung

Para completar el cuadro nos topamos con unos yaks negros, lanudos, que ponen el contraste a la nieve blanca y la nota pintoresca. Caminamos con ganas por llegar cuanto antes y pillar una de las habitaciones de Ramche (solo hay dos o tres, la información es confusa).

Yo estoy hecho de esto, llevo genes que se fraguaron en la nieve. Se reactivan los vínculos atávicos con el territorio. Emerge el instinto más primitivo, más irracional. No hay otra razón para explicar el gozo, la alegría inesperada que me invade. No hay manera de mantener la compostura. De contenerse. Voy de aquí para allá haciendo fotos, corriendo, contraviniendo el ritmo pausado que exige andar por encima de mis posibilidades actuales, es decir con insuficientes glóbulos rojos en la sangre.

Pertenezco a las montañas. Me siento fuerte. Capaz. Todo encaja.  Estoy en el lugar adecuado.

Blog_251Flipando en la nieve (ver video)

A estas alturas del año no debería quedar nieve. Pero el monzón se ha prolongado más de lo normal y el resultado es que las fotos tienen un decorado excepcional. Creo que la noción de ‘año normal’ empieza a desdibujarse. En Ladakh nos libramos por poco de unas lluvias torrenciales que arrasaron la región. En Bolivia la nieve nos hundió la tienda cuando era la época seca. En Cuenca ya no nieva como antes, afirman los paisanos. Aunque puede ser que los contemporáneos no tengamos perspectiva para decir qué es normal y qué no lo es.

Los porteadores, sabiamente, se deshacen de la carga y empiezan con sus cigarrillos. Por el momento ha terminado su trabajo. Nosotros, dislocados, rematamos la jornada subiendo a la morrena. Parece como si camiones gigantescos hubiesen descargado toneladas de escombros para hacer una muralla. Para ver el glaciar hay que trepar un poco más. Necesitamos asomarnos.

Desde que lo vi en los mapas me imaginé el glaciar como una potente lengua de hielo blanco raspando las rocas. Me basaba en los que vi en Chile. En el hielo que escurre lentamente del Campo de Hielo Sur. Qué nombre tan bueno, por cierto.

La morrena tiene más de 50 metros de altura. Es un terreno poco firme. La nieve es blanda y nos hundimos con facilidad. La panorámica es bestial. Uno ve esto y da por buenas las miserias pasadas. Y está dispuesto a seguir comiendo arroz durante varios días y pasar frío y tener lejos a la familia y los amigos. Uno ve esto y se emociona al constatar que la Naturaleza, con mayúsculas, todavía tiene su cuota de poder en el planeta. Que hay cosas que todavía no nos hemos podido cargar.

Blog_252Isaac caminando por la morrena lateral del glaciar Yalung

El glaciar es un sumidero de derrubios. De todo lo que cae rodando desde las alturas. Es una escombrera gigantesca. Continuamente alimentada por avalanchas y desprendimientos. Continuamente tapizada por las nevadas. Es un caos de bloques y pedazos de nieve compacta. Con su propio metabolismo. Con sus propias lagunas y aludes. Filmamos desde el borde. Tomamos alguna foto. Oímos cómo caen las piedras a unos metros. Nos vamos. Nos volvemos al refugio. Abrumados y admirados. Aquí sí hay que andar con mucho ojo. Un mal paso y se acabó.

El solazo nos ha ablandado los sesos. Y la altura. Por fin, a 4.500, sentimos su mordida. No por esperada resulta más llevadera. Pensamos en dormir un rato. Empiezan las náuseas y las arañas en el estómago. Las palpitaciones en las sienes. No hay otra que reposar. Fuera se escucha la algarabía de los porteadores. Juegan a las cartas. También hay otros montañeros que entran y salen del refugio. La habitación en penumbra. Imposible dormirse. Atorado. En posición fetal. Con sensación de fiebre. Aguantando el chaparrón. Me pongo los auriculares. He racionado bien la batería del cacharrillo mp3. Una hora de música. Me medio duermo. Se hace de noche. No cenamos. Apenas un traguillo de agua. El guía y los porteadores vienen a ver a los convalecientes. Todo bien, logramos balbucear. La retina aún iluminada con las bellas imágenes del día. Va pasando la madrugada y no logro pegar ojo. Me imagino al tejido hematopoyético fabricando glóbulos rojos para salir de esta. Necesito más oxígeno coño. Me susurro.

Blog_253El refugio de Ramche

No dormimos nada. Pero dio igual. Los chapatis a rebosar de nocilla, un té y a correr. Ya estamos en marcha, camino de Oktang.

No era un día prometedor pero la nieve estaba firme y queríamos llegar un poco más lejos que el día anterior. Remontar el glaciar hasta la curva desde la que, si teníamos suerte y despejaba, veríamos el Kanchenjunga.

Oktang es lo más lejos que llegamos. Es un pequeño santuario, muy precario, que consiste en un amontonamiento de piedras con palos que sobresalen y banderitas de colores. Todo ello semienterrado en la nieve. Los dioses, una vez más, están con nosotros. Se abre el cielo y tenemos ante nosotros cuatro ochomiles, un pedazo de galciar, otros que confluyen en él, seracs y un sol que saca brillo a todo. Hemos triunfado.

Blog_254Oktang y al fondo el Kanchenjunga. Poco a poco fue abriendo el día

A partir de este punto el camino se antoja peligroso. La senda está tapada por la nieve y barrida por avalanchas que no paran de caer. Es el problema de estas nevadas tan tardías. En cuanto sale el sol la nieve se deshace y los aludes van tachonando el paisaje.

Da vértigo pensar que a partir de este punto, a casi 5000, todavía hay una pared de 3500 metros para hacer cumbre. Pero haber llegado hasta aquí es suficiente. Basta sentarse en una piedra y mirar a los Kanchen. O deleitarse con las laderas del Ratong. O con los seracs. O con la esperanza de que asome un leopardo de las nieves. Basta con escuchar el silencio. Perturbado de vez en cuando por alguna avalancha que conmina a estarse quietecito.

Es aquí y ahora cuando ya me he vaciado de pensamientos nocivos, de noticias de crisis, de que va a subir la luz, de la verborrea de tertulianos y políticos. Es aquí donde ya no queda nada y entonces hay lugar para la calma. Es aquí donde uno atisba la felicidad, un estado de paz y cierta desidia. De poca prisa y conformidad. Hay que vaciarse. Es un estado de vacío, más que de plenitud, lo que me permite librarme de las cadenas. De los prejuicios. De las verdades asentadas en experiencias puntuales. De las clasificaciones. De la inercia. Del ceño fruncido.

Respiro y miro. Y estoy vivo. ¿Qué más se puede pedir?

Blog_255Caminando de noche, en plan Gerardo. Resumen musical del viaje

California Dreams. Yosemite

Dejamos atrás la ciudad y sus ‘shopping centres’. Hemos cargado provisiones y nos disponemos a afrontar unos días en Yosemite. Da la casualidad de que es cuatro de julio y todos los campings están ocupados. Sin embargo existen zonas de acampada libre donde es posible establecerse.

Blog_209Cuando llegamos un cartel anuncia las normas de acampada. Es necesario meter el dinero que cuesta cada noche en un sobre. Hay que guardar alimentos y cualquier cosa que huela (calcetines) o sea comestible (pasta de dientes) en unos armarios metálicos para evitar que los osos se metan en la tienda. Está prohibido quemar el Parque.

Por la mañana un viejecillo va cotejando una planilla en la que está anotado el número de campistas y su ubicación. Dados los antecedentes que hemos vivido me imagino que como el tipo vea algo que no cuadra te fusilan.

Como vecina tenemos a una señora huraña que se dedica a pintar. Hay alguna gente un poco más vocinglera que se dedica a hacer barbacoas. La pintora gruñe con cada risotada que llega.

El Centinel Dome no es el afloramiento de granito más conspicuo pero al ser el que está a mayor altura ofrece una panorámica espectacular. A tenor de lo que fotografío se confirma que se avistan unos monumentos muy llamativos.

Blog_218Yosemite no decepciona. Por muchas fotos que se hayan visto del Half Dome o de El Capitan el lugar rezuma magnificencia. Hay excursiones para pasar un año dando bandazos. No nos obsesionamos y caminamos hacia lugares en los que comer un sándwich tranquilamente. Mojamos los pies en los frescos arroyos y escuchamos el vuelo de los insectos.

Blog_208La vida en el camping es sosegada, pero siempre hay tareas que hacer. Colgar una cuerda para secar la ropa. Organizar la comida. Buscar leña para la noche. Comprobar las pilas de los frontales. Airear los sacos.

Todo pausadamente. Me encanta hacerme un café de manera rústica. Es decir: caliento agua en el hornillo, echo café molido en una taza, vierto el agua caliente en esa taza, dejo que los posos se vayan al fondo. La operación ‘cafetazo’ me permite escribir mansamente e ir colocando líneas a ese relato de ‘África’ que he empezado en este viaje.

El sol vespertino ilumina la mesa. Poco a poco declina y las agujas de los pinos se hacen más presentes. Empiezan a fraguarse las sombras y el bosque se convierte en un lugar inquietante. En poco tiempo será necesario el forro polar. Después el día habrá terminado, y encenderemos la hoguera. Tomaremos algo caliente a la vera de las brasas. Al acostarnos las cremalleras que hay que abrir y cerrar para entrar a la tienda y a los sacos romperán el silencio de la noche.

Blog_198

 

 

California Dreams. Millas

No contestan en el consulado. Salta un contestador para que llames el lunes. El correo electrónico lo rebotan; no existe la dirección que luce en la web de la embajada. No sé porqué ni me sorprende ni me cabrea. Otro detallito más de lo que viene siendo la marca España de torito cojonero, ineficacia y tirar ‘p’alante’ (¡quejque somos campeones del mundo oiga!).

Gastamos la tarde en gestiones que nos dejan hacer desde el despacho de los Rangers. Llamo al teléfono de ayuda que aparece en los papeles de la guantera. Voy dando cuenta del problema a los interlocutores que se suceden al otro lado de la línea. Es un ‘listening’ de los complicados. Me acuerdo de Ronald, mi profesor de inglés durante tantos años. Llamamos a España y a Jacobo, que está más cerca, en Nueva York, y nos tranquiliza además de echarnos una mano. Detallamos las pérdidas. Toman huellas dactilares del coche. Apuntan minuciosamente todo lo que les contamos en una libreta de detective.

Blog_202La denuncia no estará lista hasta el día siguiente. Nos conectamos al wifi del camping, dentro de la tienda, con la lluvia cayendo mansamente sobre las secuoyas y después sobre el doble techo de la tienda. Milagrosamente el ordenador ha sobrevivido al robo. Tenemos que pensar bien nuestros movimientos. Existe la posibilidad de recoger un nuevo vehículo en la ciudad de Eureka, en dirección opuesta a la caseta del los Rangers.

Tener la denuncia es impepinable. Es el único papel que nos hace legales en el país. Sin él, además, no nos van a dar otro coche. Es fin de semana. A las dos cierran el concesionario. Esbozo en un papel un esquema a partir del gmaps. Espero poder llegar. El trazado cuadrangular de las ciudades norteamericanas simplifica bastante el problema. Además cada calle tiene su nombre.

Me encuentro a gusto en la precariedad. En la complicidad que ofrecen los problemas comunes. Saboreando el café caliente. Una tarta de chocolate. Consultando mapas y contemplando el tiempo borrascoso. Dando pasos muy poco a poco. Saboreando instantes cuya calidez de agiganta en este contexto de contrariedades.

La gente escucha nuestra historia con cierta pena. En los comercios se muestran precavidos. Cuando les dices que aun conservas una tarjeta de crédito se relajan. En una tienda de ropa de montaña incluso nos hacen un 5% de descuento. Ayuda humanitaria.

Blog_196En Eureka llueve. La costa está brumosa. Poco a poco las cosas se van recomponiendo. Iniciamos nuestro largo viaje hacia Yosemite. Antes pasaremos por Sacramento. Casualmente nuestros buenos amigos chilenos viven en esa ciudad y el gran Cecil nos espera con los brazos abiertos.

Allí descansaremos, relataremos nuestras peripecias y nos sentiremos como en casa. Después de tantas situaciones hostiles, después de tanta intemperie y zarandeo emocional.

Atravesamos paisajes de transición. Hacia el interior el calor vuelve a hacer acto de presencia. Cielos azules, campos de cultivo. Gasolineras y cafetazos de medio litro para llevar. Escucho la música que me ha pasado Nuria. Conduciendo por las interestatales de California parece que Mumford and Sons, el blues y Big Mama Thornton suenan mejor, con otros matices.

Blog_204En el casino de Sacramento descubro materia prima para un nuevo relato. Lo titularé ‘El Cielo’. El casino de Sacramento es algo inesperado en un Estado en el que está prohibido el juego. De hecho es en Nevada donde se ha refugiado la industria de las máquinas tragaperras y el póker. El casino de Sacramento reúne varios elementos interesantes.

Desde lejos parece una prisión federal. Está construido sobre unos terrenos que pertenecen a los indios nativos. Y por ende esos terrenos tienen una legislación especial. Se puede jugar, fumar, beber. Es como si por pertenecer a los pieles rojas el legislador ha deducido que son unos salvajes y por tanto ahí se puede hacer cualquier cosa.

Blog_219Lo realmente sorprendente está en el interior. Una sala enorme llena de maquinitas y lucecitas. Ruido de tragaperras. Fichas de colores. Pasta.

Llama la atención que los usuarios sean dúos. Una mano temblorosa, llena de venas endurecidas introduce quarters con una alegría que contrasta con la decrepitud del ser que hace por sostenerse sobre el bastón o el andador. Siguiendo la cánula que se inserta en la otra mano llegamos a la enfermera que sostiene el gotero del jugador.

Es impresionante la codicia que se ve en los ojillos de aquellos viejos y viejas que luchan con todas sus fuerzas por fundirse el patrimonio, pero que a la vez desean con toda su alma que les toque el premio más gordo para seguir allí, echando moneditas, eternamente. Algunos, incluso, que han medio perdido la cabeza creen que, efectivamente, están en el Cielo. Y ya va a ser así siempre.

De vez en cuando la enfermera recibe un quarter de propina y le seca las babas al ludópata que tiene a su cargo, que echa espuma por la boca porque lleva ya media hora sin que le toque.

La vida está llena de relatos.

 

 

California Dreams. Klamath River

Seguimos el tortuoso camino del río Klamath. Horas y horas de conducción entre bosques de coníferas. Vamos por una carretera bien pavimentada, con muy poco tráfico. Bosques silenciosos. En el interior de la foresta enseguida prosperan las sombras. Flota en el ambiente el aroma de los pioneros. Osos y tramperos. Granjas de mala muerte cobijadas entre el espesor de los abetos.

Nos han recomendado evitar esta carretera. Había otras dos posibilidades. Ir hacia la costa por Redding, siguiendo la autovía. La otra, al norte, atravesando el Grand Pass y después cayendo a Crecent City. Allí se erige un presidio de cierta solera. Deben de encerrar a tipos como Hannibal Lecter. Por las calles merodean yonkis con la condicional. Sin embargo a mi me apetecía estar a un lugar llamado Pelican Bay y entrar en el Estado de Oregon. Una solución de compromiso es esta de seguir el Klamath. Al menos evitaremos los caminos architrillados.

Blog_206Abandonar otra vez la zona de confort supone regresar a la cautela. Ver todo nuevo le hace a uno vivir el presente y desechar automatismos y rutinas. No es que así se sea más feliz, pero desde luego más vital. Echar gasolina vuelve a ser un asunto delicado. Llegar a deshoras al nuevo camping algo comprometedor.

La lluvia ha empezado a caer mansamente. El cielo sucio de nubes se va oscureciendo. Clavamos las piquetas en el mullido suelo que proporciona el flujo continuo de materia muerta que segregan las secuoyas. El goteo pertinaz sobre el doble techo. No somos capaces de encender lumbre con tanta humedad.

Blog_197La mítica carretera 101 atraviesa discurre pegada al Pacífico. Vamos escoltados por gigantescos abetos tojos y secuoyas. En un centro de interpretación del Redwood National Park nos culturizamos un poco. Hay fotos y libros interesantes que hablan de la colonización de California. Hay fotos con pioneros sentados sobre enorme serruchos con los que talaban las gigantescas secuoyas. El centro parece un monumento a la memoria y al arrepentimiento. Mirad qué cosas hacía nuestros antepasados parece ser el mensaje de la exposición. Mirad qué barbaridades.

Para compensarlo, ahora el grado de protección es total. No se aprovecha ni siquiera la madera de las secuoyas que cae al sotobosque de manera natural. Se las deja que se descompongan lentamente. Avanzar por esta selva es casi imposible. Hay una maraña vegetal impenetrable. Si se escarba un poco en el mullido espesor vegetal aparecen escolopendras e insectos que viven en la oscuridad, masticando millones de toneladas de corteza y acículas.

Blog_200Llegamos a la desembocadura del Klamath. Allí el espectáculo es sobrecogedor. Asoman cuerpos de ballenas. Mientras las águilas pescadoras se tiran en picado y las vemos salir con relucientes pescados plateados que faenan en algún árbol cercano. Los cormoranes y los pelícanos retozan y algunos pescadores recorren la barra de arena para hacerse también con algo de proteína.

Comemos en unas mesas de madera empapadas por la humedad de la bahía. Masticamos los sándwiches mientras permanecemos atentos por si vuelve a asomar alguna ballena. Nubes bajas. Bosques. Fresco.

Viendo la costa me acuerdo del libro ‘Dos años al pie del mástil’ y de las descripciones de California cuando empezaba a ser colonizada. Cuando era un paraíso y los barcos venían a llenar sus bodegas con materias primas abundantes y por tanto baratas. El fondo cultural, el fondo de lecturas y películas, realza los matices del paisaje y de los viajes.

Blog_201Dejamos el coche en un rinconcito, bajo aquellos gigantes. Seducidos por el bosque nos internamos en él. Los helechos y los líquenes cubren el espacio que hay entre las secuoyas. Contrariamente a lo que yo pensaba las raíces de estos árboles son muy superficiales. La clave para aguantar tanto peso es expandirse en horizontal y no profundizar. Admiro a los indios que vivían aquí. En un territorio tan puro y tan complicado. Volviendo a las referencias cinematográficas esto parece Avatar.

Blog_195A la vuelta del paseo vemos cristales que decoran la carretera. Uno trata de respirar y hacerse a la idea de que no ha pasado. De que los cristales no son los de la ventanilla de tu coche.  Entre lágrimas y temblores, entre rabia e incertidumbre, nos plantamos en la caseta de los Rangers. Nos han desplumado. Pasaportes, dinero, abrigos. Eso sí, me han dejado el libro que me estaba leyendo. Qué considerados los tipos. Y qué analfabetos.